La devoción de San Francisco por la fiesta de la Natividad de Cristo le venía desde los comienzos de su conversión, y era tan grande que afirmaba: "Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando que ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particularmente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos".(San Francisco, Leyenda de Perusa, 14).
Su devoción era mayor que por las demás fiestas pues decía que, si bien la salvación la realizó el Señor en otras solemnidades –Semana Santa / Pascua –, ésta ya empezó con su nacimiento.
Entre los salmos del Oficio de la Pasión, compuestos por el santo para su devoción personal hay también uno para el tiempo de Navidad, que dice así:
"Aclamad a Dios, nuestra fuerza,
Señor Dios vivo y verdadero, con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.
Porque el Santísimo Padre del cielo, nuestro rey desde siempre,
envió a su amado Hijo desde lo alto y nació de la bienaventurada Virgen Santa María.
Él me invocará: "Tú eres mi Padre"; y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
De día el Señor me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.
Este es el día en que actuó el Señor;
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Porque se nos ha dado un niño santo y amado,
y nació por nosotrosfuera de casa,
y fue colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada.
Gloria al Señor Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Alégrese el cielo y goce la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos.
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra.
Porque grande es el Señor, y muy digno de alabanza,
terrible sobre todos los dioses.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz,
y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos.
Los orígenes del “Pesebre”
La tradición del “Pesebre” o “Nacimiento” se remonta a los principios del siglo XIII, por iniciativa de San Francisco de Asís.
En los años subsiguientes se fue repitiendo la costumbre, que luego se propagó por toda Italia y de allí a Europa. Posteriormente, con la llegada de los frailes franciscanos a América, en el siglo XV y XVI se continuaría esta tradición, tomando el color de cada pueblo. La celebración se acompañaría luego con cantos religiosos y villancicos inspirados en su simbología.
Primer "Nacimiento viviente"
Dos semanas antes de la Navidad de 1223, San Francisco llamó a Juan Velita, señor del castillo de Greccio, y le dijo: "Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara enseguida lo que te voy a decir. Quiero celebrar la memoria del niño nacido en Belén, y deseo contemplar de algún modo con mis ojos cuánto sufrió en su condición de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue puesto sobre el heno, entre un buey y una mula".
Todo se celebró como estaba previsto: la noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar donde vivían los frailes, con cantando y con antorchas y en medio del bosque. En una gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, como escribió Tomás de Celano, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Para una celebración tan original Francisco había obtenido el permiso del papa Honorio III. La homilía corrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz era como el balido de una oveja. Un hombre allí presente vio en visión a un niño que dormía recostado en el pesebre, y Francisco lo despertaba del sueño. La gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró, era una buena medicina para curar a los animales.
Fuente: www.fratefrancesco.org
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