Un día, estando en un Monasterio, un grupo de hermanos
aguardábamos impacientemente al Abad, al Hierofante;
mas éste tardaba, pasaban las horas y éste tardaba,
todos estaban preocupados. Habían allí algunos
Maestros, muy respetabilísimos, pero llenos de impaciencia.
Paseaban por el salón, iban y venían, se halaban
el cabello, se halaban las barbas, impacientes; yo permanecía
sereno, tranquilo, pacientemente aguardaba; únicamente
me causaban curiosidad estos hermanitos impacientes. Al fin,
después de varias horas se presentó el Maestro,
y dirigiéndose a todos les dijo: "a ustedes les
faltan dos virtudes que este hermano tiene", y me señaló
a mi. Luego, dirigiéndose a mi, me dijo: "Dígales
usted, hermano, cuales son esas dos virtudes". Entonces
yo me puse de pie y dije: "hay que saber ser pacientes,
hay que saber ser serenos"... Todos quedaron perplejos,
enseguida el Maestro trajo una naranja, que es símbolo
de esperanza, y me la entregó aprobándome, quedé
aprobado para entrar a la Segunda Montaña, que es la
de la Resurrección; los otros, los impacientes, quedaron
aplazados.
Se me citó después en otro monasterio para firmar
algunos papeles que tenía que firmar, y así lo
hice; más tarde concurrí a ese monasterio, firmé
los papeles y se me entregaron ciertas instrucciones esotéricas.
Se me admitió en los estudios de la Segunda Montaña,
y aquéllos compañeros, a estas horas, todavía
están luchando por lograr la paciencia y la serenidad,
pues no la tienen.
Vean ustedes lo importante que es ser paciente y ser sereno.
Así, cuando uno está trabajando en la disolución
del "yo", y por nada de la vida consigue disolverlo
porque se ha vuelto muy difícil -pues hay "yoes"
así, que se relacionan con el karma-, no le queda a uno
más remedio que multiplicar la paciencia y la serenidad,
hasta triunfar. Pero muchos son impacientes, quieren eliminar
tal o cual "yo" de inmediato, sin pagar el precio
correspondiente, y eso es absurdo. En el trabajo sobre uno mismo,
es necesario multiplicar la paciencia hasta el infinito y la
serenidad hasta el colmo de los colmos; quien no sabe tener
paciencia, quien no sabe ser sereno, fracasa en el camino esotérico.
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