La
ambición tiene varias causas, y una de ellas es eso
que se llama miedo.
El
humilde muchacho que en los parques de las lujosas ciudades
limpia el calzado de los orgullosos caballeros, podría
convertirse en ladrón si llegase a sentir miedo a la
pobreza, miedo a sí mismo, miedo a su futuro.
La
humilde modistilla que trabaja en el fastuoso almacén
del potentado, podría convertirse en ladrona o prostituta
de la noche a la mañana si llegase a sentirle miedo
al futuro, miedo a la vida, miedo a la vejez, miedo a sí
misma, etc.
El
elegante mesero del restaurante de lujo o del gran hotel,
podría convertirse en un gángster, en un asaltante
de bancos o en un ladrón muy fino, si por desgracia
llegase a sentir miedo de sí mismo, de su humilde posición
de mesero, de su propio porvenir, etc.
El
insignificante insecto ambiciona ser elefante. El pobre empleado
de mostrador que atiende a la clientela y que con paciencia
nos muestra la corbata, la camisa, los zapatos, haciendo muchas
reverencias y sonriendo con fingida mansedumbre, ambiciona
algo más porque tiene miedo, mucho miedo a la miseria,
miedo a su futuro sombrío, miedo a la vejez, etc.
La
ambición es polifacética. La ambición
tiene cara de santo y cara de diablo, cara de hombre y cara
de mujer, cara de interés y cara de desinterés,
cara de virtuoso y cara de pecador.
Existe
ambición en aquel que quiere casarse y en aquel viejo
solterón empedernido que aborrece el matrimonio.
Existe
ambición en el que desea con locura infinita ser alguien,
figurar, trepar, y existe ambición en aquel que se
hace anacoreta, que no desea nada de este mundo porque su
única ambición es alcanzar el cielo, liberarse,
etc.
Existen
ambiciones terrenales y ambiciones espirituales. A veces la
ambición usa la máscara del desinterés
y del sacrificio.
Quien
no ambiciona este mundo ruin y miserable, ambiciona el otro;
y quien no ambiciona dinero, ambiciona poderes psíquicos.
Al
"yo", al mí mismo, al sí mismo, le
encanta esconder la ambición, meterla en los recovecos
más secretos de la mente, y dice luego: "yo no
ambiciono nada, yo amo a mis semejantes, yo trabajo desinteresadamente
por el bien de todos los seres humanos".
El
político "zorro" y que se las sabe todas,
asombra a veces a las multitudes con sus obras aparentemente
desinteresadas; mas cuando abandona el empleo, es apenas normal
que salga de su país con unos cuantos millones de dólares.
La
ambición disfrazada con la máscara del desinterés
suele engañar a las gentes más astutas.
Existen
en el mundo muchas gentes que sólo ambicionan no ser
ambiciosas.
Son
muchas las gentes que renuncian a todas las pompas y vanidades
del mundo porque sólo ambicionan su propia autoperfección
íntima.
El
penitente que camina de rodillas hasta el templo y que se
flagela lleno de fe, no ambiciona aparentemente nada y hasta
se da el lujo de dar sin quitar nada a nadie, pero es claro
que ambiciona el milagro, la curación, la salud para
sí mismo o para algún familiar, o bien la salvación
eterna.
Nosotros
admiramos a los hombres y mujeres verdaderamente religiosos,
pero lamentamos que no amen a su religión con todo
desinterés.
Las
santas religiones, las sublimes sectas, órdenes, sociedades
espirituales, etc., merecen nuestro amor desinteresado.
Es
muy raro encontrar en este mundo alguna persona que ame su
religión, su escuela, su secta, etc., desinteresadamente.
Eso es lamentable.
Todo
el mundo está lleno de ambiciones. Hitler se lanzó
a la guerra por ambición.
Todas
las guerras tienen su origen en el miedo y la ambición.
Todos los problemas más graves de la vida tienen su
origen en la ambición.
Todo
el mundo vive en lucha contra todo el mundo debido a la ambición,
unos contra otros y todos contra todos.
Toda
persona en la vida ambiciona ser algo, y la gente de cierta
edad, maestros, padres de familia, tutores, etc., estimulan
a los niños, a las niñas, a las señoritas,
a los jóvenes, etc., a seguir por el camino horrendo
de la ambición.
Los
mayores les dicen a los alumnos y alumnas: "Tienes que
ser algo en la vida, volverte rico, casarte con gente millonaria,
ser poderoso, etc., etc."
Las
generaciones viejas, horribles, feas, anticuadas, quieren
que las nuevas generaciones sean también ambiciosas,
feas y horribles como ellas.
Lo
más grave de todo esto es que la gente nueva se deja
marear y también se deja conducir por ese camino horrible
de la ambición.
Los maestros y maestras deben enseñar a los alumnos
y alumnas que ningún trabajo honrado merece desprecio.
Es absurdo mirar con desprecio al chófer de taxi, al
empleado de mostrador, al campesino, al limpiador de calzado,
etc.
Todo
trabajo humilde es bello. Todo trabajo humilde es necesario
en la vida social.
No
todos nacimos para ingenieros, gobernadores, presidentes,
doctores, abogados, etc.
En
el conglomerado social se necesitan todos los trabajos, todos
los oficios; ningún trabajo honrado puede jamás
ser despreciable.
En
la vida práctica cada ser humano sirve para algo, y
lo importante es saber para qué sirve cada cual.
Es
deber de los maestros y maestras descubrir la vocación
de cada estudiante y orientarle en ese sentido.
Aquél
que trabaje en la vida de acuerdo con su vocación,
trabajará con amor verdadero y sin ambición.
El
amor debe reemplazar a la ambición. La vocación
es aquello que realmente nos gusta, aquella profesión
que con alegría desempeñamos porque es lo que
nos agrada, lo que amamos. En la vida moderna por desgracia
las gentes trabajan a disgusto y por ambición, porque
ejercen trabajos que no coinciden con su vocación.
Cuando
uno trabaja en lo que le gusta, en su vocación verdadera,
lo hace con amor porque ama su vocación, porque sus
aptitudes para la vida son precisamente las de su vocación.
Ese
precisamente es el trabajo de los maestros: Saber orientar
a sus alumnos y alumnas, descubrir sus aptitudes, orientarles
por el camino de su auténtica vocación.
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